No tienen Vergüenza: Mientras el sector del ministro de economía trata de explicar lo de su trabajadora en “negro”, la mesa del FA Salto analiza nuestro portal y el tema aporte a BPS y DGI de los vendedores de tortas fritas.

No tienen Vergüenza: Mientras el sector del ministro de economía trata de explicar lo de su   trabajadora en “negro”, la mesa del FA  Salto analiza nuestro portal  y  el tema aporte a BPS y DGI  de los  vendedores de  tortas fritas.
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En estos días hemos superado todas nuestras  expectativas en cuanto a la cantidad de visitas recibidas  por nuestro portal, sin lugar a dudas la noticia de los vendedores ambulantes y las presiones recibidas por personal de contralor y los plazos estipulados de diez días para regularizar la situación fue lo más visto.

Entendemos que es tema muy sensible, TORTAS FRITAS,  que al gobierno departamental  de Salto y al partido político frente amplio molestó.

Según fuentes cercanas al gobierno departamental y a la mesa departamental del frente amplio local , nos dicen que el pasado lunes concurrieron para hablar del tema  TORTAS FRITAS  el Sr. Intendente de Salto, el Sr. Director de Salud de la comuna y Daniel Guglielmone.

Entre los duros calificativos a nuestro medio y a quienes elaboramos diariamente el portal se habría realizado  la reunión,  la misma duró más de tres horas discutiendo   específicamente el tema.

Es alarmante como se estaría  manejando  la crítica a quienes realizamos  comunicación y/o periodismo  a favor de los que menos tienen, con tanta liviandad por parte de algunos actores políticos de “izquierda” , expresando   “tiene medios, hay que callarlos” o “da manija todo el tiempo hay que bajarle   la persiana”, de ser así,   lo que más preocupa,  es que venga de  defensores de la libertad de expresión y  de los derechos humanos.

Si con nuestro trabajo diario molestamos  el establishment estamos cumpliendo con la tarea,  con nuestra tarea, no tenemos compromisos con nadie, mucho menos deudas, seguimos pensando de la misma manera y defendiendo los mismos intereses desde esta  trinchera.

Dice  Frei Betto

Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social. Ser de derechas es tolerar injusticias considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.

Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como �enfermedad infantil del comunismo�- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas.

El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo. Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos. Entonces el izquierdista se acerca a los pobres, no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla. Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!

Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular. Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia. No hace autocrítica.

Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios. Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.

Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del �molestón�. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia. ¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances.

En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí.). Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia’. Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.

Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de
acertar sin ellos”.

fa-salto

 

 

 

 

 

 

 

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